En esta maravillosa obra Herman Hesse construye la vida emocional de
un personaje y describe el camino hacia el descubrimiento de su
verdadero ser. El autor alemán, en la introducción al libro señala:
“He sido un hombre que busca y lo soy aún, pero no busco ya en las
estrellas ni en los libros: comienzo a escuchar las enseñanzas que mi
sangre murmura en mí. Mi historia no es agradable, no es suave ni
armoniosa como las historias inventadas; sabe a insensatez y a
confusión, a locura y a sueño, como la vida de todos los hombres que no
quieren mentirse más a sí mismos…”
En esta historia se relata el
camino que Emil Sinclair hubo de vivir para dejar de mentirse a sí
mismo, e ir tras aquella verdad que consideraba célula de su interior. A
este género literario se le ha llamado bildungsroman, lo cual, es un
término alemán que se emplea para describir el proceso de aprendizaje,
formación o madurez de un personaje, en el transcurso de años que forjan
su carácter o visión del mundo, como por ejemplo durante la
adolescencia. A través de sus personajes, Hesse logra plasmar la
intuición de revelaciones arquetípicas, o más bien, porciones de
realidades psíquicas, que fuera de él constituyen los guías de su
camino.
Kromer, Demian, Pistorius y Eva representan imágenes de
un ser eminentemente interior, que en su manifestación consciente
comunican, dirigen y edifican lo que más tarde, constituirá, como lo
dijera Jung a Hesse en su comentario a esta obra, el nacimiento y
crecimiento de una nueva persona. El autor, en contacto con todo este
caos que se le presenta en forma de opuestos, aparentemente
no-integrables, inmerso en el desorden que para un ser racional esto
puede significar, se ve pues, en la necesidad de escribir y establecer
un diálogo interno, para así darle forma a lo que a primera vista no
encuentra cabida en el mundo del sentido, y así, poder nombrarlo.
Demian y el enfoque jungniano
El primer capítulo llamado Dos Mundos, revela ya, el primer contacto de
Sinclair con su realidad, una que se ve dividida por opuestos, y en la
que él toma lugar en ambas partes. La naturaleza de estos dos mundos es
excluyente, y por lo tanto, a pesar de pertenecer especialmente al mundo
luminoso, se ve ya dividido, pues algo de él vive también en el otro
lado.
“Yo pertenecía por supuesto al mundo luminoso y recto, era
el hijo de mis padres; pero donde quiera que tendiese mi vista o mi
oído, encontraba siempre lo otro, y yo mismo vivía también en aquel otro
mundo, aunque muchas veces me pareciese extraño e inquietante y acabase
siempre por infundirme miedo y enturbiar mi conciencia”
Es la
aparición de Kromer, un niño que pertenece al otro mundo, la que marca
el comienzo del proceso de crecimiento en el protagonista. Este
personaje, a partir de una mentira de Sinclair, le induce a una serie de
tareas que debe realizar a condición de no ser delatado. Estas tareas
le introducen pues, a descubrir la parte suya que pertenece a ese mundo
oscuro, que hasta entonces conocía tan solo superficialmente y le
parecía ajena.
“Con el corazón helado tuve que presenciar cómo se
convertía en pasado y se desligaba de mí todo mi universo, toda mi vida
dichosa y buena, mientras me sentía sujeto ya al mundo tenebroso y
desconocido (…). Por vez primera saboreé la muerte; la muerte que sabe
amarga porque es nacimiento, porque es angustia y temor ante una
terrible renovación”
Según Jung, el espíritu puede presentarse en
la figura de un niño o jovencito. En los hombres puede ser positiva y
tiene entonces el sentido de una personalidad “superior”, pero también
puede ser negativa y significa, en este caso, la sombra infantil. No se
puede afirmar con seguridad absoluta que las figuras de los espíritus
sean moralmente buenas. Con frecuencia presentan signos no sólo de
dualidad, sino de malignidad. Sin embargo, Jung insiste en que las bases
generales, sobre las cuales se edifica la vida inconsciente de la
psique, son tan poco firmes, que no podemos nunca saber cuánta maldad
se necesita para atraer la bondad, ni cuánta bondad es capaz de inducir a
la maldad.
Kromer, encarna pues, este arquetipo del espíritu, en
su aspecto negativo, y a través de tareas, en las que Sinclair debe
trabajar para él, hace que el niño empiece a dejar ir, dejar morir su
mundo luminoso, porque es necesario para esta terrible renovación, de la
que nuestro personaje, hasta el momento, poco conoce y de allí su
carácter de terrible e incierto. Ante la fatalidad y la revelación de
este mundo tenebroso, aparece un nuevo guía, un nuevo espíritu, también
con aspecto juvenil, pero ahora, manifestando el aspecto positivo y
superior del arquetipo que antes se había mencionado.
A través de
la historia de Caín y Abel, Demian se presenta a Sinclair, con
cuestionamientos nuevos de aquello que hasta entonces había representado
una verdad incuestionable. Caín un hombre noble y Abel un cobarde. La
marca de Caín una distinción, todo esto parecía no tener ningún sentido
para el niño, sin embargo, reconocía cómo, él habiendo sido una especie
de Abel, y ahora hundiéndose profundamente en “lo otro”, llevaba la
señal en su frente. Su perversidad y desgracia le hacían sentir superior
a su padre, quien ahora aparecía como un ser ingenuo, despreciable y
exclusivo del mundo luminoso, lejos de él.
Con frecuencia, el
arquetipo del espíritu, plantea preguntas, a fin de guiar hacia el
conocimiento de sí mismo y al acopio de fuerzas morales; esto hacía
Demian precisamente: poner en duda lo establecido como punto de partida
para la iniciación.
El Arquetipo del Espíritu, proporciona los
medios mágicos necesarios, es decir, la fuerza inesperada e inverosímil,
capaz de conducir al éxito, que representa una característica especial
de la personalidad unificada en el bien y en el mal. Y es así, de forma
mágica, que Kromer deja de acechar a Sinclair por intervención de
Demian, quien le asegura al niño que nunca le volverá a molestar. A
partir de esto, Sinclair huye de todo este caos, e intenta refugiarse de
nuevo en su mundo infantil, en el núcleo filial, huyendo también así,
de aquello que le había salvado, pues de alguna forma también le
empujaba al crecimiento, de nuevo a la renovación.
“Retorné al
paraíso perdido; al luminoso mundo parental, (…) a la bondad de Abel,
agradable a los ojos de Dios.” (…) Rescatado por una mano amiga, corrí
ciegamente a refugiarme en el regazo de mi madre. (…) me hice más niño,
más pueril y más dependiente de lo que era”
En este momento se
presentaba ante Sinclair el conflicto entre los dos factores psíquicos
fundamentales, por un lado, la conciencia que intenta defender su razón y
protegerse, y por el otro, el inconsciente que lucha por fluir
libremente y establecer su dominio. Su reflexión hace referencia a lo
tenebroso e incierto del viaje hacia sí mismo, a su inconsciente, al
caos, en donde los opuestos no tienen cabida, y en donde solo a través
de un proceso de vida irracional se llega a rozar la armonía, expresada
en símbolos definidos. Este ha sido pues, tan solo el inicio de un
camino que trae consigo muchos más obstáculos.
La naturaleza
primordial y ancestral del arquetipo del espíritu encarnado en Demian,
es descrita por el autor como un rostro de un hombre, una mujer,
milenario, ajeno al tiempo, más parecido a los animales, los árboles o
las estrellas, en sus palabras, “…un espíritu…”
Las
circunstancias separan a Sinclair de su guía, se ve envuelto en una
profunda soledad, en donde se abandona a una vida banal envuelta de
borracheras y fanfarronería. Sin embargo, es esta sensación de soledad
la que trae consigo el desasosiego necesario para avanzar en esa
búsqueda y experimentar esa transición definitiva, el adiós al núcleo
parental. En este momento en que Sinclair enfrenta su soledad, enfrenta
también los primeros destellos de una imagen femenina, que no posee
forma determinada, y descubre que esta imagen femenina abarca incluso su
propio ser.
“Me parecía como un ícono o una máscara sagrada, a
medias masculina, y femenina a medias, sin edad, (…). Parecía conocerme
desde siempre, como una madre.(…) Y poco a poco fue apoderándose de mí
la sensación de que no era Beatrice, ni tampoco Demian a quien
representaba, sino a mí mismo.”
El ánima es una personificación
de todas las tendencias psicológicas femeninas en la psique de un
hombre, tales como vagos pensamientos y estados de humor, sospechas
proféticas, captación de lo irracional y relación con el inconsciente.
En su manifestación individual, el carácter del ánima, adopta la forma
de la madre. El ánima, como todos los arquetipos, presenta aspectos
positivos y negativos. Hesse por su lado despliega más bien, la
representación de un arquetipo del ánima que desempeña el papel de poner
la mente del hombre a tono con los valores interiores y, por tanto,
abrirle el camino hacia profundidades interiores más hondas. No es
ninguna casualidad, que a este retrato pintado por Sinclair, se le llame
Beatrice, quien en la Divina Comedia de Dante, hace de guía e
iniciadora en el Paraíso.
A través de esta proyección del ánima,
en esta figura, Hesse logra plasmar la función positiva del arquetipo.
Toma en serio los sentimientos, esperanzas y fantasías enviadas por su
ánima, y las fija, por escrito, o en pintura y de esta manera surge
entonces el material inconsciente. La contemplación de esta imagen como
un ser real conlleva a que el proceso de individuación se vaya haciendo
paulatinamente la única realidad y puede desplegarse en su forma
verdadera.
Más tarde, Sinclair reconocerá que el retrato que ha
pintado es la imagen de la madre de Demian, a quien nunca había visto
antes. Su encuentro con Eva, -nombre que hace alusión a la fecundidad, a
la imagen cristiana de la madre de todas las criaturas- ilustra la
función que esta imagen desempeña en la obra:
“Por primera vez se
fundían para mí el mundo exterior y el interior en una pura armonía,
fiesta del alma que hace amable la vida. (…) Su saludo significaba
retorno al hogar.”
Este proceso de individuación se desarrolla
paralelo a la realización de la conexión del ser humano con la
colectividad. El proceso de llegar al sí mismo, implica una creciente
conciencia del propio lugar en el mundo y del sentido de la existencia
humana.
El último capítulo simboliza la renovación, el principio
del fin. Un nuevo comienzo que inicia con la muerte, y que marca el
camino hacia la vida, la individuación, paralela al nacimiento de un
nuevo Mundo. Hesse reflexiona de nuevo acerca de la guerra, una guerra
que por ser interna, devela la oscuridad en el afuera, y dispara en
contra del enemigo, el de afuera, el distinto, que más bien resulta el
blanco principal de nuestras proyecciones, porque tiene algo nuestro,
algo nuestro que no podemos reconocer como propio.
El proceso
continúa, tan solo se ha alcanzado el fin para volver a empezar. Esta
vez, Sinclair conociendo que debe escuchar dentro de sí, pues Demian le
ha dicho que al hacerlo, advertirá que su presencia ya no estará fuera
sino dentro de él mismo. El sufrimiento no ha cesado, pero esta vez el
camino no es en soledad, le acompaña él, su sí mismo.
“La cura me
hizo daño. Todo lo que después me ha sucedido me ha hecho daño. Pero
cuando alguna vez encuentro la llave y desciendo a mí mismo, allí en
donde en un oscuro espejo, dormitan las imágenes del destino, me basta
inclinarme sobre su negra superficie acerada para ver en él mi propia
imagen, semejante ya en todo a él, a él, mi amigo y mi guía…”
Demian - 3 fragmentos:
Las cosas que vemos son las mismas cosas
que llevamos en nosotros. No hay más realidad que la que tenemos
dentro. Por eso la mayoría de los seres humanos viven tan irrealmente;
porque cree que las imágenes exteriores son la realidad y no permiten a
su propio mundo interior manifestarse. Se puede ser muy feliz así, pero
cuando se conoce lo otro, ya no se puede elegir el camino de la mayoría.
(...)
Acostumbramos a trazar límites demasiado estrechos a nuestra
personalidad. Consideramos que solamente pertenece a nuestra persona lo
que reconocemos como individual y diferenciador. Pero cada uno de
nosotros está constituido por la totalidad del mundo; y así como
llevamos en nuestro cuerpo la trayectoria de la evolución hasta el pez y
aún más allá, así llevamos en el alma todo lo que desde un principio ha
vivido en las almas humanas. Todos los dioses y demonios que han
existido, ya sea entre los griegos, chinos o cafres, existen en nosotros
como posibilidades, deseos y soluciones. Si el género humano se
extinguiera con la sola excepción de un niño medianamente inteligente,
sin ninguna educación, este niño volvería a descubrir el curso de todas
las cosas y sabría producir de nuevo dioses, demonios, paraísos,
prohibiciones, mandamientos y Viejos y Nuevos Testamentos. "
(...)
" Y me contó la historia de un muchacho enamorado de una estrella.
Adoraba a su estrella junto al mar, tendía sus brazos hacia ella, soñaba
con ella y le dirigía todos sus pensamientos. Pero sabía o creía saber,
que una estrella no podría ser abrazada por un ser humano. Creía que su
destino era amar a una estrella sin esperanza; y sobre esta idea
construyó todo un poema vital de renuncia y de sufrimiento silencioso y
fiel que habría de purificarle y perfeccionarle. Todos sus sueños se
concentraban en la estrella. Una noche estaba de nuevo junto al mar,
sobre un acantilado, contemplando la estrella y ardiendo de amor hacia
ella. En el momento de mayor pasión dió unos pasos hacia adelante y se
lanzó al vacío, a su encuentro. Pero en el instante de tirarse pensó que
era imposible y cayó a la playa destrozado. No había sabido amar. Si en
el momento de lanzarse hubiera tenido la fuerza de creer firmemente en
la realización de su amor, hubiese volado hacia arriba a reunirse con su
estrella.
Extraído de LiteITESM