Con suma lucidez, encontramos en los pensamientos y poesías
de en Leopardi (1798-1837) las corrientes subterráneas que imperan por igual en
su época y en la nuestra: “nosotros somos verdaderamente hoy pasajeros y
peregrinos en la tierra; verdaderamente caducos: seres de un día: por la mañana
en flor, a la tarde marchitos o secos”, escribía en sus cuadernos.
En Leopardi damos con una voluntad de síntesis que roza la obsesión: un impulso por vivir, un ahínco por reconciliar las contradicciones inherentes a la vida misma y que choca incesantemente por aunar las fuerzas necesarias para seguir adelante en este mundo de continuo engaño.
En Leopardi damos con una voluntad de síntesis que roza la obsesión: un impulso por vivir, un ahínco por reconciliar las contradicciones inherentes a la vida misma y que choca incesantemente por aunar las fuerzas necesarias para seguir adelante en este mundo de continuo engaño.
Es cierto que somos
víctimas de una sensación de voraz repetición, y que nuestro objetivo es el de
alcanzar una felicidad que siempre encontramos en el irrecuperable pasado o en
el futuro inexistente. Pero en realidad nada transcurre en el tiempo: todo
ocurre en un intelecto repleto de ilusiones por cumplir. Y es la ilusión la que
constituye, para el ser humano, la única verdad que está en condiciones de
sentir.
Si leemos el “Canto
notturno di un pastore errante dell’Asia”, de trasfondo marcadamente
filosófico, escuchamos el apesadumbrado lamento de un pastor que clama al cielo
al percatarse de la “incómoda nada” que se extiende sobre nuestra efímera
existencia. Sin embargo, Leopardi no se ciñe a expresar la pena del personaje,
sino que desarrolla una dolorosa y descarnada reflexión sobre la propia materia
del pensar, sobre el carácter de ese sentimiento que, en nosotros, nos confirma
que somos una nada en una aún más inmensa Nada.
Una suerte de nihilismo ontológico que décadas más tarde
influiría decisivamente en la corriente existencialista francesa y alemana, así
como en numerosos literatos españoles de finales del XIX.
Inundado de espíritu lucreciano, el italiano Giacomo
Leopardi retomaría para sí uno de los adagios más conocidos del sabio romano:
“¡Siempre, siempre lo mismo!” (Eadem sunt omnia semper, eadem omnia restant!),
que años más tarde haría suyo, de manera simplificada, Arthur Schopenhauer
(Eadem, sed aliter): siempre ocurre lo mismo, aunque las circunstancias o los
actores cambien. Ambos, poeta y filósofo, de manera muy llamativa,
desarrollarán sus ideas en un arco temporal muy similar. Resulta poco probable
que Leopardi leyera al ínclito germano, aunque Schopenhauer sí conoció, al
menos, la obra poética de Leopardi (que incluso llega a citar).
“Parece un absurdo –escribía Leopardi–, y sin embargo es
exactamente cierto que, siendo toda la realidad una nada, no hay otra realidad
ni otra sustancia en el mundo que no sean las ilusiones”.
En 1833, Leopardi compone en Florencia uno de los poemas más
importantes de su producción por la relevancia que tendrá en el conjunto de su
vida y obra, así como en autores posteriores: “A se stesso” (“A sí mismo”),
DONDE DECLARA LA VACUIDAD DE LA VIDA Y SE INCLINA POR EL AMOR A LA MUERTE. “Lo
que aquí se narra no es […] el fin de las bellas esperanzas incumplidas, sino
el desvelamiento repentino de su radical falsedad; nada se disipa, todo se
reconvierte en su contrario”.
Giacomo instauró en los Cantos todo un modo de tratar con
los recuerdos, con nuestra memoria, a través de la imaginación. SI ALGO REVELA
EL TALANTE DE SUPERIORIDAD DE LOS ANTIGUOS, A QUIENES LEOPARDI TANTO VENERABA,
NO ES LA FELICIDAD QUE ALCANZARON, SINO EL HECHO DE HABER CREADO ILUSIONES EN
LAS QUE PODER HABITAR. LA FUERZA DE LA IMAGINACIÓN ES LA ÚNICA CAPAZ DE HACER
FRENTE A LA PERMANENTE Y CRUEL HUIDA DEL TIEMPO. “La historia del pensamiento y
la poesía leopardianos coincide en buena parte con el viaje hacia el último
límite de la contradicción, allí donde la voluntad de síntesis se enfrenta sin
paliativos con la raíz misma del enigma bifronte: EL SER Y EL NO SER, LA VIDA Y
LA MUERTE”.
al hilo de estos pensamientos leopardianos, que el italiano
plantea los problemas no desde el punto de vista de la verdad, sino de la
vitalidad: “AFIRMAR UN DESTINO FRENTE AL DESTINO, CREAR ILUSIONES PARA PODER
DESEAR Y DESEAR PARA PODER SENTIR MÁS VIVAMENTE EL DOLOR. ASÍ EL HOMBRE
CONSTRUYE SU IDENTIDAD, O SIMULA QUE LA CONSTRUYE, FRENTE A LA INVASIÓN DEL
VACÍO”.
“Todos los deseos y esperanzas humanas, incluso en el caso
de los bienes o placeres más determinados, así como de los que ya se han
experimentado otras veces, nunca son completamente claros, distintos y
precisos, sino que siempre contienen una idea confusa, siempre se refieren a un
objeto que se concibe confusamente. Y a ello, y no a otra cosa, se debe que la
esperanza sea mejor que el placer, porque contiene ese algo indefinido que la
realidad no puede contener.” - Leopardi, Zibaldone.
Extraído de “Redescubriendo a Leopardi “ de Carlos Javier
González Serrano
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